jueves, 6 de marzo de 2008

¿Peatón invisible?... ¡chale!

¿Cómo están? es un gusto saludarlos de nuevo. En esta tercera entrega iniciaré presentándome como marcan los cánones de las terapias de grupo.

Hola, mi nombre es Dazaev y soy peatón... (en este momento yo esperaría que todos ustedes frente al monitor repitieran: ¡Hola Dazaev!).

Mi recaída como peatón ocurrió a finales de octubre de 2007 cuando llegué a Saltillo, porque el carro lo dejé en Sonora. Así comenzó mi nueva historia por las calles de esta ciudad.

Hoy mis zapatos son fieles testigos de que he andado kilómetros y kilómetros, vagando por aquí y allá, buscando los lugares que conocía cuando viví aquí por el año 2001 y que a duras penas vuelven a mi memoria.

Algo que no recordaba de aquel entonces es la falta de educación de muchos, pero muchisisísimos conductores, a los que el peatón les importa poco menos que el índice Dow Jones.

En mi diario caminar hacia el trabajo, observo cómo hombres y mujeres me ignoran e incluso podría asegurar que se empeñan en no darme el paso para cruzar la calle... pero qué puedo esperar de quiénes no respetan siquiera los señalamientos de alto ni a los policías panzones de la Zona Centro.

Mi campo de batalla diario son los diferentes cruceros de la calle Torreón, en la colonia República Oriente, donde nadie, absolutamente nadie, se toma un segundo para dejarme pasar.

Yo sé que no estoy para detener el tráfico con mi caminado de novillero recién cornado, pero oiga, no abusen.

Hace unos días, pensé que el mundo se había reivindicado cuando vi acercarse a mí un lujoso automóvil conducido por un sacerdote que disminuía la velocidad, mientras me observaba con una mirada que interpreté era de ternura. Cada centímetro que se acercaba, su rostro se transformaba y aquellos ojos angelicales parecían gritarme: ¡quítate pendejo! ¡vas a ensuciar mi nave!.

Total que el güey no se detuvo y me pasó a un par de centímetros. En ese momento me di cuenta que perdía el tiempo haciendo rabietas al caminar. Por desgracia la cultura y el civismo es algo que debería salir de los hogares y escuelas, pero mientras que aquí sigan alimentando al monstruo en el que han convertido al magisterio dudo que se note la educación en las aulas (y vaya una disculpa por generalizar, pero como dicen en mi rancho: se me agüita la cachora con las cosas que pasan en mi estimado Saltillo).

Por último, sólo les pido señoras y señores, jóvenes y jóvenas, conductores todos, que si ven a un peatón con cara de imbécil cruzando una calle, no lo atropellen, háganlo feliz y denle el paso, porque podría ser yo... aunque tal vez soy invisible.

Muchas gracias, ¡agúr!

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