lunes, 9 de marzo de 2009

Ficheras y teiboleras de Saltillo I


Primera parte: Promotoras culturales

El cine nacional de las décadas de los 70s y 80s ofreció una imagen pícara del mundo de las ficheras en México, donde todo era felicidad y las mujeres aceptaban con singular alegría su condición de mercancía. Nada más lejos de la realidad.

En la actualidad, el oficio sigue vigente y Saltillo no es la excepción al ofrecer una gama de lugares donde se ejerce la "ficha", entendiéndola como el cobro que se hace por bailar, acompañar a los clientes y hacerlos consumir, ya sea en los tradicionales salones de baile o en los modernos table dance.

Las ficheras y su mutación, las teiboleras, forman parte ya de la cultura popular, sean o no socialmente aceptadas. Se pueden escribir extensos textos a favor o en contra de su actividad, pero no se puede negar su existencia. Es una realidad tangible, se puede tocar y bien.

En resumen, diría que la música es cultura, al igual que el baile, entonces las ficheras podrían considerarse una especie de promotoras culturales. ¡A huevo!...

Hagamos pues un recorrido por la Saltillo que abraza gustosa a los trasnochadores que buscan en las taloneras un poco de cariño y conozcamos las historias de algunas de las mujeres que en una misma noche pueden ser las reinas del baile, las mejores consejera y hasta las amantes que se entregan sin hacer mal modo, siempre y cuando les lleguen al precio.

El Indio y sus mujeres

En el bar El Padrino, ubicado allá por rumbos de El Indio, los hombres deben pagar un covercito, digamos accesible, mientras que las mujeres pasan "de gorra", siempre y cuando muestren al entrar su tarjeta sanitaria y no la credencial de elector, como ocurriría en los antros "convencionales".

Recién ingresas y te topas con un pasillo donde los parroquianos deambulan de un lado a otro, algunos tímidos, tal vez por ser su primera visita y otros, se ven dueños de la situación, en actitud "matadora".

El humo de los cigarros prácticamente nubla la vista, pero no impide ver las siluetas de las decenas de féminas que se arremolinan dentro. Al fondo sobresale la pista de baile, donde un grupo toca temas clásicos del repertorio nocturno como Pamela Chu y El Oso Polar. La interpretación es horrenda y el sonido deprimente, pero nadie protesta. ¿Quién pone atención a esos minúsculos detalles?

Repartidas por todo el lugar están las damas que esperan que un caballero las invite a bailar. Pero el problema es que ese "caballero" nunca llega, siempre es el fulano con la hormona hasta el tope, medio borracho y que se les arrima e intenta a toda costa tocarles el trasero. Ellas jamás dicen que no, pues se paga por adelantado: Diez pesotes por pieza.

Ataviadas con sus mejores galas, mujeres de todas las edades muestran sus más ensayados pasos para impresionar a los clientes. Son maestras del jala'o y el hazte pa' allá que me aplastas las chichis.

Hay de todo: Jóvenes y maduritas, morenas y rubias, altas y bajitas, feas como la fregada y guapas (lo mismo que los clientes, así que la cosa es pareja). También están las que se dejan agarrar la nalga sin chistar y las renuentes, las que van al cuarto y las que sólo son pareja de baile.

Marta es de las decentes, al menos eso dice. Desde hace siete meses se dedica a la ficha para completar el gasto. A ella no le importa la política ni la matanza de ballenas, pues su mayor preocupación es que sus dos hijos coman y tengan lo necesario para ir a la escuela.

Cansada de lidiar con un mal hombre, un hijo de la chingada -en sus propias palabras-, decidió criar sola a sus vástagos, de 12 y 7 años.

"Yo estoy aquí por ellos, para que no les falte nada y en las mañanas que llego a la casa no me avergüenzo de nada, no hago nada malo, sólo bailo... soy niña buena", asegura con una sonrisa coqueta que ilumina su rostro que roza los 40.

Sus pequeños y demás familiares creen que trabaja limpiando oficinas por las noches, sin imaginarse que los únicos pisos que talla son los de las pistas.

"Aquí hay que aguantar de todo: Apretones, mal aliento, viejos feos y pláticas aburridas, pero siempre poniendo cara de que una está muy contenta", expresa.

La conversación es interrumpida por un señor de unos 50 y tantos años que, sin respetar mi presencia, toma a Marta de un brazo y la encamina hacia el área de baile. Luego de avanzar unos pasos, ella se detiene y regresa hasta mí: "Ni modo papi, tengo que trabajar... porque tú eres pura platiquita y mis hijos tienen que comer".

Entre las mesas, cualquiera puede confundirse con la prole y disfrutar del anonimato. Mis ojos recorren las mesas, los rostros y los escotes en busca de alguien más que tenga un par de minutos para contarme un poco de su vida.

En un rincón hay una joven que parece no encajar con el resto. Su look es más parecido al de una emo que a la típica "tacón dorado". El cabello le cubre medio rostro, usa minifalda y unas mallas a rayas de colores. En la espalda y cintura luce un par de tatuajes y un piercing en su ceja izquierda.

Hago un par de intentos -bastante torpes- para entablar una charla, pero me ignora olímpicamente y es entonces que hago mi jugada maestra... ¡la saco a bailar!

La mitad de la primera rola la invierto en concentrarme para no perder el paso, pero luego recuerdo que -además de que tengo dos pies izquierdos- mi presencia en el lugar no es por goce, sino como cazador de historias.

Mientras sigue aquella pegajosa melodía -pésimamente bailada por ambos- me cuenta que es estudiante y que se inició en la ficha para no pedirles dinero a sus papás.

"Yo no vengo siempre... sólo una vez cada dos o tres semanas, porque ya no me gusta pedir dinero en la casa", relata quien dijo llamarse Rita, "así cuando vengo junto mi dinerito y me lo gasto en lo que se me antoja".

Antes de abandonar el lugar, me encuentro con una señora que fácilmente pasa los 50 años. Está en una mesa, casi en la puerta. Relegada por quienes buscan una compañía más juvenil.

Elsa sí es una asistente habitual y, como dice, le entra a lo que sea.

"Mira, yo ya pasé por todo... me casé y tuve hijos, me divorcié y mis hijos ya se casaron. Vengo porque de aquí saco para la casa, porque mis hijos trabajan para sus familias", relata.

"La competencia está canija, hay muchas chamacas y otras ya mayorcitas que están más buenas y pues me conformo con lo que sea. Chamba es chamba", sentencia y le echa un trago a su cerveza.

Aunque mis sentidos comienzan a acostumbrarse a las cumbias, algo me dice que es hora de marcharme y salgo por aquella puerta dejando atrás decenas de historias que tal vez nunca sean contadas...


¡Agúr! Esperen pronto la segunda entrega.

(Fotos: Cuartoscuro)

2 comentarios:

tabathawachtel dijo...

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shason dijo...

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